Las 49 + 1

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Ultima serie de 50 obras sobre los Chakras

martes, 8 de abril de 2008

ERNESTA, MI QUERIDA ERNESTA



Mi abuela paterna siempre ha sido un ejemplo para mí, no solo es el personaje central de "Un viaje circular", sino que es el puente que siempre me ha ligado a Italia. No es que mi abuelo Pedro no lo haya sido, pero a él no lo conocí. Y de mi abuela, la ficción se mezcla con la realidad, haciendo su historia mucho más rica, como en el fragmento que sigue:

Pavía, Verano de 1910

Ana María Ernesta Ferraris tenía en sus manos su pasaporte. Faltaban apenas un par de días para que zarpara el France con destino a la Argentina. Cuánto había esperado este momento!
Cuántas noches, después de un duro día de trabajo, le pedía a la primera estrella que se alzaba en el cielo que la llevara lejos, muy lejos, a una tierra de abundancia y oportunidades donde pudiera tejer un destino diferente.
Estos últimos meses habían sido amargos, tanto como deseaba emigrar, sufría por dejar a Giovanni y María, sus padres. Pero desde ese primer momento en que alguien había mencionado l´América, Ernesta no había podido desterrar esa palabra de su cabeza.
Con 22 años se sentía una mujer, una mujer decidida a abrazar el mundo. Todos hablaban de ese país maravilloso que estaba recibiendo inmigrantes. Ernesta se preguntaba si el sol que brillaba en Pavía sería el mismo que brillaba en Buenos Aires. Y las estrellas? Esas que en las noches claras de verano caían en cascada hacia los campos, serían las mismas tambien?
L´América, una palabra que resumía todo, del otro lado del mar, lejos, todo – y para siempre.
Estaba segura que en ese mundo mejor encontraría el amor, tendría sus hijos, envejecería. Para siempre y tal vez nunca más su Pavía natal, el olor de la tierra, el color del cielo, los sonidos de las tardes de verano a la hora de la siesta. Nunca más... tal vez.
Con el pasaporte en mano, Ernesta sintió un impulso irrefrenable de echarse a correr. Nadie estaba mirándola, nadie podría reírse al ver a esta joven mujer corriendo alocadamente. Y mientras corría, un sentimiento de elación se apoderaba de su ser, tal que la hacía cantar hasta que exhausta cayó sobre una parva de heno, que recibió su cuerpo como una madre recibe a un hijo después de una larga ausencia.
“Esta es mi tierra,” pensó, “la tierra que siempre voy a llevar en mi corazón, junto al recuerdo de la mamma y el babbo.” Con ese tierno pensamiento en mente, la parva de heno la arrulló un largo rato, mientras todos dormían la siesta y Ernesta soñaba despierta.
Nunca supo cuánto tiempo estuvo allí, hija del heno. Algo la movió a arrodillarse sobre la tierra, a la que acarició suavemente con su mano y en el momento en que sintió que el corazón se le iba a salir del pecho, tomó un montoncito de esa tierra noble y la acercó a su nariz, oliéndola como si fuera la primera vez, inspirando e incorporándola a su ser con toda su fuerza, permitiendo que ese aroma único se transformara en un jardín en sus entrañas.
Luego restregó la tierra por la piel de su cara y lo que quedó en sus manos después de esta ceremonia íntima, familiar, ritual, lo guardó cuidadosamente en un pañuelo.
“Me llevo Pavía conmigo” dijo en voz baja, casi inaudible, como para no despertar a los campos que dormían la siesta. Y pudo sentir el agridulce sabor de una terrosa lágrima en sus labios.
Todavía no había partido y ya sentía nostalgia.
“Ernesta,” se dijo, “avanti, Ernesta, acaba de comenzar un nuevo siglo y todavía está todo por hacerse, te llevás la tierra, te llevás los hijos, te llevás los sueños.”
Con paso lento, emprendió el regreso a la casa, presa de una vorágine de sensaciones, muchas de las cuales ni siquiera identificaba, ya que estaban mezcladas, agitadas dentro suyo. Y muchas eran sentidas por la primera vez, pensó que habría muchos momentos como ese, muchas primeras veces por venir.
El sol, una inmensa bola de color naranja, había comenzado a ponerse, pero la acompañó durante un buen rato en ese, su último paseo por el paisaje de Pavía. El canto de las cicadas se fue apagando a medida que disminuía la luz de la tarde. Cuando entró a la casa, ya era casi noche cerrada.

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