Las 49 + 1

Las 49 + 1
Ultima serie de 50 obras sobre los Chakras

miércoles, 23 de abril de 2008

Y Marilyn se fue... (Sobre la venta de "Comunión")



Y Marilyn se fue… una vez más, ahora para siempre. Pasamos juntos casi diez años, en Comunión, verla era encontrar mi centro, aunque nadie supiera que era lo que realmente le pasaba. Para algunos estaba triste, abatida, para otros, estaba en comunicación consigo misma, de una u otra manera, estaba rodeada de luz, la etérea luminosidad de un alma jóven que aún tiene un largo camino por recorrer. Tal vez estaba expectante, aguardando las hermosas cosas que le depararía el destino.
Siempre estuvo a la vista, siempre con esos anchos hombros que podrían haber soportado el mundo. Siempre con ese manto que recubría su silla, de la que en cualquier momento parece que se levantaba y se iba. Siempre la luz, el amarillo, el blanco, la liviandad de su espíritu. Siempre presente en Comunión.
Esta será la primera de muchas noches sin ella, mi querida, te extraño, extrañaré no verte más pero en algún momento tenía que suceder, sabíamos que no ibamos a estar juntos para siempre. El momento llegó así, de golpe, y cuando te llevaron no quise darte una última mirada para no quebrarme, por con vos se iba una parte mía para siempre, lo que ya no será más, pero nunca más.
Adiós mi Marilyn, adiós parte mía, adiós luz, es hora de que iluminen otros senderos otras vidas, es hora de que cumplan su misión, aquella para la cual las gesté. Adiós….

Domingo 17 de Febrero de 2008

"Comunión" fue el título de una muestra para la que escribí algo muy especial en el catálogo, ya que se trataba de una muestra especial, la del encuentro con uno mismo:

No somos mas que lo que fuimos, resultado de un legado que se transmite a través de los tiempos y que veladamente vislumbramos en nuestros sueños, imágenes de otras gentes, de otros lugares, tal vez, vestigios de otras vidas.
Cada uno de nosotros es un Universo en sí mismo, milagro y misterio a la vez. Tejemos nuestro destino sobre un trasfondo de victorias y derrotas, conquistamos un espacio en el cual desplegar nuestra vida y nos hacemos cargo de una misión. Al final de cada día, cuando el horizonte se come al sol y caemos bajo los efectos del polvo de estrellas, arribamos a las costas de nuestro mundo interior, allí donde lo imposible no existe, allí donde mora el Ser, la ventana desde donde se atisban otras historias, otros colores, otros sonidos.
En ese estado de Comunión con nuestro Ser intuimos que somos Uno con el Todo y tomamos conciencia de la grandeza que nos rodea, porque estuvo dicho desde siempre: nacemos para amar, para crear, para aprender y para enseñar. Somos la proyección jubilosa de un primer Ser que devino en el tiempo hasta llegar al presente, creando de contínuo desafíos, que empujar el círculo vital hacia adelante.
Aunque las guerras desfiguren el rostro del mundon y lo marquen con una permanente mueca de dolor, aunque las flores retengan sus pétalos marchitos para los tiempos de paz, aunque el Cosmos esconda sus galaxias para un futuro donde impere el amor, aunque la incomprensión y la desesperanza traten en vano de afianzarse allí donde no hay lugar para ellas, aunque los cuerpos hoy bellos y vanos no puedan terminar siendo otra cosa que polvo, siempre estará el Ser, nuestro hogar interior, fuente de luz eterna, origen y final de todo lo que existe, imperecedera prueba de la infinitud del amor y la compasión.

PD: Nunca sentí dolor al irse una obra, es parte del proceso creativo, tiene un principio y un fin y parte de ese fin es la posible desaparición del cuadro (por venta, donación, etc). En este caso, es la primera vez que que una separación dolió, tal vez porque el acrílico se volvió carne.

sábado, 12 de abril de 2008

Sobre la fragilidad del Ser


Diariamente, no importa en qué ámbito nos estemos desempeñando, experimentamos diversas formas de maltrato. El medio puede ser una palabra, un gesto, una mirada, pero la intención, la absurda intención, está ahí.
Qué hacer ante este aluvión no querido ni merecido de agresiones, ante tanta insensibilidad y anestesia por el otro, ante tanta energía malgastada inútilmente?
Lo primero: no engancharnos, porque de hacerlo entraríamos en una espiral que no tiene solución. Si al que grita le respondemos con gritos, gritará aún más, si le respondemos con el silencio es probable que se avergüence de la soledad de sus gritos al escuchar el eco de su propia voz.
En los tiempos que vivimos es muy difícil mantener la calma y no entrar en este juego de descarga de tensiones, porque en última instancia, el maltrato y la agresividad no son más que eso: una descarga de tensión, pero en el lugar y con la persona equivocados.
La energía que se pone en juego en este tipo de situaciones tiene efectos estresantes en el cuerpo y contamina nuestro mundo interior, echando por tierra todo el trabajo que tal vez estemos haciendo para mejorar nuestra calidad de vida.
Aún cuando el medio que nos rodea se esté desplomando, no debemos perder nuestra integridad, ni permitir que energías ajenas contribuyan a hacerlo. Cada uno de nosotros es un ser único, de riqueza interior ilimitada, cada ser humano posee la fragilidad de la flor más delicada. Fragilidad no es aquí sinónimo de debilidad sino de delicadeza, de singularidad irrepetible. No hay dos personas iguales, cada vida humana es una semilla que ha germinado y a través del tiempo se convirtió en añejo árbol. Y por esa razón es frágil, porque en su interior palpita un corazón, vive un espíritu, mora el amor.
Cuando algo terrible nos acontece decimos que “se nos rompió el corazón” o que “estamos deshechos,” cuando hemos hecho un esfuerzo físico y mental muy grande decimos que “estamos destruidos.” De continuo el lenguaje expresa esa fragilidad. Un bebé recién nacido y un anciano son imágenes que sugieren fragilidad.
Cada vez que interactuamos con el otro, estamos poniendo en juego nuestras mutuas fragilidades.
“Dos flores que comparten el mismo suelo deben mecerse con el viento en la misma dirección.” Tal vez, ésta sea la imagen que mejor exprese el modelo ideal de comunicación humana. Desde la comprensión, desde el respeto, desde la calma, desde estar centrados en nosotros mismos, debemos ayudar al otro a encontrar su punto justo.
Al responder a un mal gesto con una sonrisa, abrimos un espacio de desconcierto, donde el otro toma conciencia de su actitud absurda, errónea. Tal vez sea un aprendizaje lento, pero será efectivo. Al que asesta un golpe, recibir una caricia lo volverá a la realidad.

martes, 8 de abril de 2008

ERNESTA, MI QUERIDA ERNESTA



Mi abuela paterna siempre ha sido un ejemplo para mí, no solo es el personaje central de "Un viaje circular", sino que es el puente que siempre me ha ligado a Italia. No es que mi abuelo Pedro no lo haya sido, pero a él no lo conocí. Y de mi abuela, la ficción se mezcla con la realidad, haciendo su historia mucho más rica, como en el fragmento que sigue:

Pavía, Verano de 1910

Ana María Ernesta Ferraris tenía en sus manos su pasaporte. Faltaban apenas un par de días para que zarpara el France con destino a la Argentina. Cuánto había esperado este momento!
Cuántas noches, después de un duro día de trabajo, le pedía a la primera estrella que se alzaba en el cielo que la llevara lejos, muy lejos, a una tierra de abundancia y oportunidades donde pudiera tejer un destino diferente.
Estos últimos meses habían sido amargos, tanto como deseaba emigrar, sufría por dejar a Giovanni y María, sus padres. Pero desde ese primer momento en que alguien había mencionado l´América, Ernesta no había podido desterrar esa palabra de su cabeza.
Con 22 años se sentía una mujer, una mujer decidida a abrazar el mundo. Todos hablaban de ese país maravilloso que estaba recibiendo inmigrantes. Ernesta se preguntaba si el sol que brillaba en Pavía sería el mismo que brillaba en Buenos Aires. Y las estrellas? Esas que en las noches claras de verano caían en cascada hacia los campos, serían las mismas tambien?
L´América, una palabra que resumía todo, del otro lado del mar, lejos, todo – y para siempre.
Estaba segura que en ese mundo mejor encontraría el amor, tendría sus hijos, envejecería. Para siempre y tal vez nunca más su Pavía natal, el olor de la tierra, el color del cielo, los sonidos de las tardes de verano a la hora de la siesta. Nunca más... tal vez.
Con el pasaporte en mano, Ernesta sintió un impulso irrefrenable de echarse a correr. Nadie estaba mirándola, nadie podría reírse al ver a esta joven mujer corriendo alocadamente. Y mientras corría, un sentimiento de elación se apoderaba de su ser, tal que la hacía cantar hasta que exhausta cayó sobre una parva de heno, que recibió su cuerpo como una madre recibe a un hijo después de una larga ausencia.
“Esta es mi tierra,” pensó, “la tierra que siempre voy a llevar en mi corazón, junto al recuerdo de la mamma y el babbo.” Con ese tierno pensamiento en mente, la parva de heno la arrulló un largo rato, mientras todos dormían la siesta y Ernesta soñaba despierta.
Nunca supo cuánto tiempo estuvo allí, hija del heno. Algo la movió a arrodillarse sobre la tierra, a la que acarició suavemente con su mano y en el momento en que sintió que el corazón se le iba a salir del pecho, tomó un montoncito de esa tierra noble y la acercó a su nariz, oliéndola como si fuera la primera vez, inspirando e incorporándola a su ser con toda su fuerza, permitiendo que ese aroma único se transformara en un jardín en sus entrañas.
Luego restregó la tierra por la piel de su cara y lo que quedó en sus manos después de esta ceremonia íntima, familiar, ritual, lo guardó cuidadosamente en un pañuelo.
“Me llevo Pavía conmigo” dijo en voz baja, casi inaudible, como para no despertar a los campos que dormían la siesta. Y pudo sentir el agridulce sabor de una terrosa lágrima en sus labios.
Todavía no había partido y ya sentía nostalgia.
“Ernesta,” se dijo, “avanti, Ernesta, acaba de comenzar un nuevo siglo y todavía está todo por hacerse, te llevás la tierra, te llevás los hijos, te llevás los sueños.”
Con paso lento, emprendió el regreso a la casa, presa de una vorágine de sensaciones, muchas de las cuales ni siquiera identificaba, ya que estaban mezcladas, agitadas dentro suyo. Y muchas eran sentidas por la primera vez, pensó que habría muchos momentos como ese, muchas primeras veces por venir.
El sol, una inmensa bola de color naranja, había comenzado a ponerse, pero la acompañó durante un buen rato en ese, su último paseo por el paisaje de Pavía. El canto de las cicadas se fue apagando a medida que disminuía la luz de la tarde. Cuando entró a la casa, ya era casi noche cerrada.

MI VIEJO Y YO II


El arte, poderosa herramienta sanadora, hasta del dolor más indescriptible. Procesé la muerte del viejo a través de la pintura, como en esta, "El último viaje". Antes, había escrito sobre sus últimos momentos, texto a ser incluído en "Un viaje circular":

Clínica de la Ciudad, Martes 13 de Junio de 2000

De la muerte de papá existen dos versiones, la que presenciaron los médicos y la que soñé yo.
La primera, la de los médicos, es la más desagradable. Nadie quiere morir lejos de su casa, de sus objetos, aún cayendo en la más profunda inconsciencia, rodeado de extraños en la cama de una clínica. Nadie quiere morir siendo uno más de los tantos que mueren día a día en clínicas y hospitales, anónimos cuerpos cuya historia se ignora, son solo un nombre que pasó por esa cama, que resultó ser su lecho de muerte.
Faltando pocos minutos para las 6 de la tarde de ese 13 de Junio, papá se descompensó, las diversas máquinas a las que estaba conectado empezaron a enviar señales alocadas y las enfermeras corrieron porque presentían que algo estaba yendo muy pero muy mal.
En cuanto se presentó el médico de turno, papá estaba semiinconsciente. Su pulso era muy lento, también su respiración, uno a uno los aparatos dejaron de trazar ondas alocadas hasta que éstas se convirtieron en una línea casi recta.
Todos hablaban a la vez, el médico impartiendo órdenes, las enfermeras controlando y maniobrando cada uno de los aparatos. Así fue por un par de interminables minutos al cabo de los cuales el médico admitió que no quedaba mucho por hacer, evidentemente se trataba de un paro cardíaco respiratorio.
Papá no sufrió, ni siquiera se dio cuenta de lo que sucedía, se fue en un momento en el que la respiración se arremolinó en su garganta como cuando el viento encuentra un pasadizo difícil de atravesar. Uno a uno se fueron apagando los signos vitales, el médico monitoreaba atentamente cada aparato para registrar la hora exacta en la que iba a producirse el deceso, la frialdad de lo legal y la frialdad de la muerte. La frialdad de morir en soledad.
El cuarto estaba frío, una luz azulada penetraba desde el exterior, donde había comenzado a hacerse noche, para papá, la noche más larga y azul de toda su existencia. La noche eterna.
Las enfermeras dejaron el cuarto, el médico cerró los ojos de papá con su mano y cubrió su cuerpo con una sábana. Desconectó todos los aparatos y tomó nota del nombre del paciente: Luis Domingo Formaiano.
Con suma eficiencia, telefoneó a la morgue del sanatorio para que vinieran a retirar el cuerpo.
Estaba por comenzar el horario de visita y afuera estaba esperando mi mamá, yo todavía no había llegado y me enteré por teléfono.
Cuando mamá me llamó para decírmelo se detuvo el tiempo y se congeló el espacio, se abrió un paréntesis en el discurrir de mi vida. Un paréntesis que todavía no se cerró. Fui conciente de haber sufrido la primer gran pérdida de toda mi vida, uno de los golpes más duros que el destino puede asestarnos. Aquello que no tiene respuesta, un encuentro con el vacío más absoluto y más temido, un encuentro con la muerte. La pérdida de quien nos dio la vida, de nuestro origen.

La otra versión de la muerte de papá ocurrió de la siguiente manera:

Durante sus últimos días papá sintió que algo se estaba desprendiendo lentamente de su cuerpo, no era totalmente conciente de los aparatos a los que se encontraba conectado, todo a su alrededor era una nebulosa de la que tanto en tanto asomaba una cara que hacía llorar a su corazón. Podía ser mi cara o la de mamá, él era solo conciente de nuestras voces, susurrando, mis caricias y mis besos, esos que nunca había experimentado pero que le hacían tanto bien, el resto era todo nebulosa.
Esa tarde, la nebulosa se hizo más densa que de costumbre y la habitación empezó a iluminarse de un color amarillo intenso, tan intenso que papá entrecerró sus ojos ante esa luz que le lastimaba. Pronto advirtió que, en realidad, estaba moviéndose hacia delante y hacia arriba. Por momentos le daba la sensación de estar meciéndose en una barca, el movimiento le traía paz, sólo quería dejarse llevar. Por primera vez en tanto tiempo sintió que una profunda paz se apoderaba de él.. Había comenzado el largo viaje final que todo ser humano emprende alguna vez y que es definitivo, sin retorno.
Sabía que no tenía sentido luchar contra la corriente, sólo había que dejarse llevar, del otro lado había gente esperándolo. Por un momento, un momento que pudo haber durado toda una eternidad, se vió a sí mismo de chico jugando en el patio de su casa, yendo a buscar a su novia, con un bebé en brazos, llorando abrazado a un adolescente, haciendo un asado, acariciando una perra, tomando un vaso de vino con un hijo adulto y la otra orilla, con esas caras conocidas y a la vez extrañas, a las que hacía tanto tiempo que no veía. Otra imagen, mamá entrando a la clínica, yo, sentado en el escritorio de una oficina. Sintió algo por nosotros dos que no podía clasificar – no era dolor, era mas bien como un sentimiento de aceptación, de que no había nada que pudiera hacer, este era el curso del destino. El cuarto era ahora de un amarillo dorado, iba hacia el sol, sentía calor, alivio, y en ese movimiento hacia delante y hacia arriba, sentía como se desprendía todo lo que lo había tenido atado a lo terrenal. Era como volver a nacer, como despertar, como volar.
Volaba hacia el cielo, hacia el sol, hacia la gloria absoluta e infinita de la que nunca volvería, como un ave maravillosa que es puro amor. Se desplegó hacia el Cosmos como una estrella que estalla en mil pedazos. Simplemente se dejó llevar, ya nada podía lastimarlo, el cancer no existía, solo existía este elixir de paz que estaba recorriendo sus venas, puro nirvana. En un instante estuvo muy lejos, se sentía en paz pero no podía decirlo ya que no tenía boca física para expresar palabras. De ahora en más no podría nombrar, solo sentir.
Los músculos de su cara comenzaron a distenderse, sus pensamientos entraron en un estado de sopor, su voz, queda, sólo pudo balbucear “madre, madre, acá estoy” y lo tragó la enceguecedora luz del sol. Un momento sublime, único, coronación de toda una vida: ser devorado por el calor, quemado por la luz, disuelto en energía, integrado al Universo.
Nunca más tuvo conciencia de haber sido quien fue, ahora estaba en otro plano, donde no existe el dolor, porque no hay cuerpo para sentirlo, donde el ser humano, la persona, se desintegra en moléculas de energía y es abrazado por el SER.

Todo vuelve al punto de partida.

Con la muerte de papá, quede absolutamente solo, pero con una sensación de soledad cósmica, vasta e intangible. Una soledad que no puede ser descripta porque está más allá de las palabras, es abismal.


MI VIEJO Y YO


La relación con mi papá siempre fue difícil. Hombre de pocas palabras y de un arrasante sentido del humor, lo perdí cuando estaba empezando a conocerlo. Esperé toda una vida para conocerlo, creyendo en la ilusión de que los padres viven para siempre, los que mueren son siempre los padres de los otros. En la foto, mi viejo y yo en Parque Patricios, en 1958; yo tenía dos años. El primer capítulo de "Un viaje circular" está dedicado a él, aquí, un fragmento sobre sus últimos días:

Sanatorio Güemes, Marzo del 2000

- Che pa!, - le dije y mi papá giró su cabeza hacia mí y me miró como si nunca antes me hubiese visto. En su cara había sorpresa, a la que siguió una sonrisa de oreja a oreja. Su expresión me desconcertó, era como un reconocimiento súbito, el ver a alguien a quien hacía mucho no se había visto. Tal vez sintió que su retracción de la realidad le hizo perder lazos en algún punto y ahora me recuperaba. Tal vez me estaba viendo como nunca antes me había visto o simplemente sería que nunca antes me había dirigido a él en esos términos?

Nunca antes muchas cosas: nunca antes le había tomado y acariciado la mano, nunca antes le había cubierto la frente de besos, nunca antes había peinado su blanco pelo. Nunca antes habíamos estado tan cerca. Nunca antes se había abierto esta corriente de franca emoción entre nosotros. Y no era porque no hubiese amor, todo lo contrario. A pesar de nuestras diferencias a lo largo de toda nuestras vidas habíamos sobrevivido como padre e hijo. Las revueltas adolescentes no habían dejado marcas. Los dos habíamos crecido, madurado en nuestros roles y ahora estábamos en el punto más maduro de nuestra relación, ahora que iba a perderlo.
Nunca hablamos mucho, papá era más bien silencioso. Si hablaba era para decir algo inolvidable. Poseía un sentido del humor corrosivo y avasallante. No perdonaba a nadie. Hasta la situación más terrible daba lugar a un comentario desopilante.
Ese humor fresco, espontáneo, sagaz, siempre se lo envidié. Yo adopté una visión más tenebrosa de la vida, en consonancia con la que siempre tuvo mi mamá.
Hasta en la cama del sanatorio había lugar para bromas, lo que tal vez le ayudaba a mitigar el dolor psíquico.
Físicamente papá sufría poco, los calmantes lo mantenían controlado. Pero psíquicamente su dolor no tenía parangón. Y yo lo entendía y sufría con él y por él.
Un hombre que siempre había sido activo, aún en su octava década de vida, a punto de ser derrotado por un cáncer.
Un hijo al que siempre había protegido del dolor, a punto de experimentar uno de los máximos dolores que puede enfrentar un ser humano y contra el que no valdría protección alguna.
No había funcionado ningún tratamiento y su cuadro parecía empeorar semana a semana. En poco tiempo se convirtió en un frágil bebé, que usaba pañales y al que debía dársele de comer en la boca.
Qué triste que es ver a un ídolo caído a la vera de su pedestal.
Recuerdo que durante ese período yo casi no podía dormir de noche, la imagen de papá muriendo no me abandonaba y pasaba las horas sumido en una profunda desazón. No podía creer que iba a haber un día, pronto, en el que ya no iba a estar más, al menos físicamente. Nunca más, eso era lo más angustiante. Su muerte próxima me estaba ayudando a poner mi propia vida en perspectiva, mis limitaciones, mi finitud, mi frágil humanidad. Nada de lo que parecía importante en realidad lo era, ante la muerte todo cesa, es el único imposible de nuestra existencia.

lunes, 7 de abril de 2008

Reportaje para la BBC de Londres - 4 de Abril 2008


Las cosas suceden como si el tiempo no existiera. Hace casi 30 años - viviendo en Londres - presenté una solicitud de empleo en la BBC, pasé la entrevista pero no me tomaron. Me faltaba todo lo que tengo hoy y, en ese momento, puro ímpetu juvenil, me lanzaba a lo que fuera, así me estrellara después. Recuerdo que me frustré y pasé el resto de mis años en Londres pensando en como habría sido trabajar en la BBC. Fue solo un sueño.
El viernes 4 de Abril de 2008 recibí un llamado de.... la BBC de Londres para participar en una entrevista radial para el programa "Newshour" que conduce Owen Bennett Jones y que sale al aire por el BBC World Service. Mi experiencia en radio Zonica me ayudó a vivir el reportaje como si fuera algo cotidiano: micrófonos, auriculares, estudio de transmisión, son cosas de todos los martes, pero esta en particular, suspendió el tiempo, revolvió la historia y me hizo pensar. Tarde o temprano, uno se encuentra con lo deseado, el tiempo es lo de menos. Es como una aguja que vuelve sobre una puntada dada al comienzo de la tarea, en algún momento pasará por otro punto que quedó trunco, y así, de sorpresa en sorpresa, se teje la vida...