Las 49 + 1

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Ultima serie de 50 obras sobre los Chakras

domingo, 10 de octubre de 2010

HOMOFOBIA


Cuando la hipocresía y la doble moral se disfrazan de prejuicio

La Homofobia se define como la discriminación, rechazo o prejuicio contra personas homosexuales. La homofobia, aunque por ese entonces no nominada como tal, encuentra antecedentes históricos tempranos en el siglo VI, en las persecuciones por “actos contra natura” por parte del emperador bizantino Justiniano.
Amnistía Internacional informa que alrededor de 70 países en todo el mundo aún persiguen a los homosexuales y en ocho existe la condena a muerte: ellos son Afganistán, Arabia Saudí, Irán, Mauritania, Pakistán, Yemen y algunos estados al norte de Nigeria.
Si bien estos últimos representan la forma más cruel e inaceptable de homofobia, países del tan mentado Primer Mundo, como los Estados Unidos, también tienen su cuota de homofobia.
Precisamente cuando en el año 2008 el embajador de Francia ante las Naciones Unidas pidió la despenalización de la homosexualidad, 66 países, entre ellos el nuestro, votaron a favor, significativamente, entre los que no firmaron la resolución se encontraba los Estados Unidos.
Esta larga introducción viene a cuento de los avatares que está sufriendo la película “I love you Philip Morris”, protagonizada por Jim Carrey y Ewan McGregor.  El primer problema que encontró la película fue que nadie aceptó hacerse cargo de su distribución.
Jim Carrey interpreta a Steven Russell, un policía cristiano de Texas, casado, que sale del closet y lleva a cabo algunas estafas para financiar su nueva vida gay. Ya en prisión conoce Philip Morris (Ewan McGregor), de quien se enamora perdidamente y cuando Morris sale en libertad, Russell escapa hasta cuatro veces para estar con él.
Aunque la película costó unos 13 millones de dólares, ciertas escenas de sexo “fuerte” (habría que considerar lo que los americanos definen con este término), hicieron desistir a todas las distribuidoras de hacerse cargo del film, especialmente si se considera que Carrey es una estrella muy popular en una categoría de cine que podría definirse como “para toda la familia.”
En un último esfuerzo por lograr ser distribuida se ha pensado en reeditar la película para suavizarla y de esa manera impedir que salga directamente en dvd.
En última instancia, el concepto ampliado de homofobia se refiere a toda la diversidad sexual y su aspecto más peligroso es que, siendo de orden psicosocial, una persona homofóbica utiliza estrategias veladas - y no tan veladas - para transmitirla a quienes lo rodean. Por eso, la reacción suele ser de violencia sin sentido, incomprensible, o mejor dicho, comprensible si lo pensamos desde la famosa sentencia Freudiana: “Lo más temido es lo más deseado.”
Para cerrar, recordemos que cada 17 de Mayo se celebra el Día Internacional de Lucha contra la Homofobia y la Transfobia, precisamente porque un 17 de Mayo de 1990, la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar a la homosexualidad como una enfermedad.

Lic Luis Formaiano

martes, 5 de octubre de 2010

VERMEER TENÍA RAZÓN





 


La antigua ciudad de Delft – que pasó de ser un pueblo rural a cobrar el estatus de ciudad en el siglo XIII - representa un capítulo aparte en mi vida. A una hora en tren desde Amsterdam y a medio camino entre Rotterdam y La Haya, fue el lugar donde encontré un hogar lejos de mi hogar.
 

Diversas circunstancias del destino me llevaron a que mi segunda muestra en el exterior tuviese lugar ahí.
De regreso de mi primera muestra en Italia, y a través de un contacto, acudí a una entrevista con una artista holandesa que pertenecía a una cooperativa de artistas que poseía una galería, “De Sigarenfabriek”, ubicada a metros de la plaza central
Si bien mi material era interesante (mayormente lo exhibido en Italia), aún faltaba mucho para llegar a la futura serie del hombre y sus vicisitudes. Aquí había mucho onirismo, mucho inconciente, mucho juego de figura y fondo, mucho color jugado. Aún así, la obra la sedujo y arreglamos que participaría de una muestra con otros dos artistas holandeses cinco meses después de mi visita.
La galería, una vieja fábrica de cigarrillos reciclada y originaria de 1900, en sus 400 m2 poseía un gigantesco salón en L y un sólido y legendario piso de madera oscura, conservando así la magia del lugar que había sido. No podía imaginarme mi obra colgada allí.
Pleno de excitación regresé a Buenos Aires, con el recuerdo de haber estado en una ciudad mágica, o más bien, de haber soñado que había estado en un lugar mágico.
No se me escapaba que allí había nacido y vivido uno de los grandes maestros de la luz en la pintura: Vermeer.
Mi desembarco en Delft, en Enero de 1998, fue mas que placentero. El hotel elegido, “De Emauspoort”, era una antigua panadería familiar, con habitaciones nombradas tras los más famosos pintores del lugar. Hotel al que volvería una y otra vez, con cada nueva muestra, recuperando en cada visita algo que sentía se había constituído en un lugar de pertenencia.
El desayuno se servía en una sala de la planta baja con vista a la parte trasera de la Nueva Iglesia, - construída a fines del siglo XIV – y a cuyo pie pasaba un estrecho canal. A la derecha, un puentecito ondulante y diminuto llevaba a la plaza central, justo del otro lado de la iglesia.
Mientras el sol despuntaba perezosamente, la gente que desayunaba en el salón hablaba en voz baja, como adormilada y de tanto en tanto, alguien dejaba su bicicleta fuera para entrar a comprar pan recién horneado.
El idioma, absolutamente indescifrable, hablado en voz baja, la sonrisa permanente de la dueña del hotel, el anhelo que la muestra había despertado en mí, especialmente cuando la noche anterior había visto pequeños posters pegados en diversos puntos de la ciudad, donde se promocionaba la muestra y donde, entre tanto nombre extraño figuraba el mío, hicieron de ese primer desayuno el ingreso al mundo de un cuento de hadas.
Ya habían llegado los mismos bastidores que había utilizado para la muestra en Italia, solo restaba armar la obra. Gonnie, la artista que me había entrevistado, me prestó su estudio para que pudiese trabajar tranquilo y luego llevar la obra a la galería, que estaba a solo diez minutos a pie.
Fue un evento sincronístico el que me detuviese a sacarme una foto posando con un cuadro elegido al azar entre los que estaban en las cajas, cuadro que fue vendido en esa muestra….
La obra, llamada “Aurora Borealis”, muestra personajes extraños, como de piedra, algunos parecen estar flotando, otros, son parte del horizonte, pero lo que mas llama la atención es una pareja, a derecha del cuadro, en su esquina inferior, vestida de rojo, ella, sentada, encorvada, con una larga nariz y una mirada enigmática, él, de pie a su lado, mirando hacia fuera del cuadro, con gesto adusto, vistiendo una especie de abrigo. Ninguno de los dos fue dibujado concientemente, solo surgieron del interjuego del color con la forma y fueron quedando hasta constituirse en eso: una pareja misteriosa, como el resto de la obra.
La inauguración fue un domingo a la tarde, y durante la presentación que hizo otro artista de la cooperativa, me acerqué al pequeño podio que habían armado cuando una seña me indicó que me iban a presentar a mí. Si bien los holandeses hablan inglés, como en este caso la mayoría era holandesa, la presentación se hizo en ese idioma, lo que seguía aportando un aire de extrañeza, de ensueño, a todo lo que estaba sucediendo.
Y la magia siguió.
Por la noche, a pesar del frió de Enero, me arropé bien y decidí salir a caminar. Una calle hacia la izquierda del hotel desembocaba en la Oostport, la puerta este, la única puerta de entrada a la ciudad que queda en pie y que es originaria del 1400. Allí, el pequeño canal que serpentea la calle por el medio se abre a un canal más grande.
Pero entre el hotel y la Oosport los ojos se llenan de maravillas. Los Holandeses acostumbran a dejar las cortinas de sus casas abiertas. También poseen el hábito de encender pequeñas velas y colocarlas frente al vidrio de la ventana. Como indicando: aquí hay un hogar.
Con cautela, observaba desde afuera esos acogedores ambientes, delicadamente iluminados, rematados por el clima que crea la luz de vela y en los cuales podían verse mullidos sillones, antiguos muebles de madera, techos con ancestrales vigas, pequeñas casitas que semejaban una casa de muñecas. Dentro, silencio. No se veía a nadie. La casa, el hogar, estaba allí para ser admirado desde fuera, como en una exhibición de juguetes de otro siglo.
En sucesivas muestras – habiendo sido la última en Marzo del 2003, caminé esa misma calle interminables noches, tratando de recuperar el espíritu de esa primera visión.
Las dos torres de la Oosport, estaban iluminadas, un pequeño puente levadizo permite cruzar el gran canal. Esa noche, aunque aún faltaban horas para la medianoche, no había nadie en la calle. Solo yo, y Delft, y el espíritu de Vermeer. 
Al día siguiente, volví a la Oostport, tomé un sendero que bordea el gran canal hacia la izquierda y justo antes de llegar a un puente, me arrodillé y enterré bien profundo en la tierra, uno de los pinceles que había usado para pintar las obras allí exhibidas. Fue un ritual que había comenzado en Italia y que se repetiría en cada ciudad extranjera donde se colgara una obra mía. Era mi manera de quedarme, de fundir restos de pintura seca con la tierra, de dejar energía y sueños en lugares lejanos, de copular con el lugar para gestar futuros proyectos, de acariciar la tierra como he acariciado a mi madre, de conectarme con su seno.
Esa imagen volvería a mi tantísimas noches en el futuro, cuando el sueño se escondía y veía desfilar frente a mí, recuerdos queridos como si fuesen parte de una película.
Por eso necesito recuperar esos recuerdos, reconectarlos con mi recorrido vital, porque no fueron ni soñados ni filmados, fueron mi realidad en ese momento, me construyeron, me fortalecieron, hicieron que hoy sea quien soy. Y que pueda seguir pintando.