Las 49 + 1

Las 49 + 1
Ultima serie de 50 obras sobre los Chakras

jueves, 29 de diciembre de 2011

ABRIGANDO ESPERANZAS

Otro año termina y uno nuevo dará comienzo, buena oportunidad para revisar actitudes, reflexionar sobre acciones y promover nuevas conductas.

Cada comienzo de año tiene algo de ritual, una renovación de energía y el compromiso, con uno mismo, de hacer algunas modificaciones sustanciales al estilo de vida.
También es el momento de expresar deseos o ponerse metas que se espera se cumplan durante el año que va a comenzar.
Muchos de esos deseos pasan por, finalmente, conseguir pareja. Es un deseo que resuena año tras año y que por lo general, choca contra la escasa capacidad de compromiso que flota en el ambiente hoy en día.
Muchas personas perciben la idea del compromiso como una atadura, una percepción más que errónea si consideramos que comprometerse con alguien implica respeto mutuo, cuidado, acompañamiento en momentos felices y no tan felices. El compromiso es un término amplio que no pasa exclusivamente por la fidelidad. Pero así se entiende la mayoría de las veces.
Por otro lado, la necesidad de tener alguien al lado, muchas veces lleva a una entrega inmediata e incondicional al otro. Esto puede ser peligroso, ya que se tiende a idealizarlo y no verlo con objetividad. Cuanto más se eleva a un ídolo más rápida suele ser la caída y la desilusión. Después de todo, solo se trata de un hombre más.
La conjunción entre quienes tienen tendencia a la idealización y aquellos que pueden tener un cierto rasgo manipulatorio, lleva a la construcción de parejas donde la variable pasa por el sometimiento, con la consecuente resignación de quien idealiza: “después de todo es mejor que estar solo,” suelen decirse a manera de consuelo.
Estos aspectos ponen en juego los aspectos más inmaduros de la personalidad: la dependencia afectiva, el miedo a la soledad, la dominación como demostración de poder y el sometimiento como un rasgo masoquista.
En suma, está todo bien con desear una pareja para el año entrante, pero ¿qué estás dispuesto a hacer por vos mismo antes de que llegue el hombre de tu vida?
Es necesario revisar cuánto se está dispuesto a dar, sin perder la objetividad; entender que una relación amorosa no es una transacción donde uno da y va a recibir exactamente lo mismo; donde quien llega a nuestra vida lo hace con una historia previa, en la que pudo haber habido un gran amor o varios romances de corta duración; que la pareja tan anhelada y tan buscada es una construcción que requiere tiempo, confianza e inversión de afecto y tolerancia.
Muchos expresan el deseo de no estar solos pero no hacen ningún movimiento para dejar de estarlo, especialmente interno.
Por eso, antes de pedir tu deseo este fin de año, reflexioná en cómo estás preparado para recibir aquello que pedís. Y no construyas castillos en el aire antes de tener todos los ladrillos en tus manos.
Por un excelente 2012 a todos los lectores de La Otra Guía y hasta el año próximo.

Lic Luis Formaiano

martes, 11 de octubre de 2011

PENSANDO LA FELICIDAD

Pareciera que uno de los objetivos primordiales de cada ser humano es alcanzar la felicidad, pero siempre surge la pregunta de si será para siempre.


“Ser feliz” no es una utopía y, para muchos, la felicidad completa pasa por encontrar a la persona justa. Luego vienen las preguntas: “¿sos feliz conmigo?” y la respuesta, si es afirmativa reclama ser cuantificada y si es negativa, demanda explicaciones. Como si lo mas grande que podría dársele a una pareja fuese un estado continuo de felicidad. O como si lo mejor que pudiéramos esperar del otro es que nos haga felices.
Claro, siempre hay matices y por ejemplo, para muchos otros, vivir confortablemente también se aplica al concepto de felicidad. Algo así como “puedo tener todo lo que quiero y no me falta nada, por lo tanto soy feliz.” No importa tanto donde se encuentre la felicidad, o que o quien la origine, sí preocupa que no sea para siempre.
Y está bueno que no sea para siempre, porque muchas cosas adquieren su verdadero valor cuando ya no las tenemos.
En última instancia, si ser feliz es un estado pasajero, habría que pensar más en el bienestar como un estado sostenido. Y no demandar tanto del otro que nos haga felices sino que, fundamentalmente, nos trate con respeto y nos ame a su manera.
Esto último está en la base de la mayoría de los conflictos de pareja, la necesidad de amoldar al otro a nuestra propia conveniencia, disolviendo su esencia y transformándolo en un proveedor de afecto pero bajo ciertas reglas: las propias.
El amor, o para el caso, la felicidad, no pueden ser reglamentados, si pierden su espontaneidad se transforman en obligación, se mecanizan y toda relación basada en estas premisas está destinada al fracaso.
Por eso, retomando el tema de la felicidad, no podemos endilgarle al otro tamaña responsabilidad, así como tampoco tenemos derecho a forzarnos en satisfacer todas las necesidades de nuestra pareja por temor a que nos deje por no “ser feliz.”
Los cuentos de hadas han grabado en la memoria colectiva los finales felices, pero los príncipes azules escasean. Por lo tanto, podemos concluir que es erróneo pretender que la felicidad provenga de alguien externo, que nos cambiará la vida y que nos amará por siempre.
El primer enamoramiento, aunque suene a narcisismo, ha de ser con uno mismo y la felicidad ha de ser un sentimiento de uno para con uno.
El mayor bienestar proviene de respetarse las ganas de hacer algo, de preservarse ante situaciones de riesgo, de procesar de la forma más adecuada los estados emocionales y de participar de la maravillosa aventura que puede ser estar en pareja con alguien amado.
Solo así, puede lograrse un estado armónico y equilibrado que producirá sensaciones de plenitud, las mayores (conocidas como “peak experiences”) nos acercarán a la felicidad en estado puro, el resto, nos hará sentir y vivir conectados tanto con la realidad exterior como con la interior.
Después de todo, nadie puede llegar a conocernos, aceptarnos y cuidarnos mejor que nosotros mismos.
Podemos entonces redefinir el “ser feliz” como estar con uno, centrado en uno, para poder abrirse a otro y a su universo. La pareja es el lugar ideal para compartir aprendizajes y crecer al lado de quien amamos. Sin buscar mediciones ni pruebas de amor, sin pretender que nada cambie ni se estanque. Crecer en pareja es también crecer como persona. Y si no tenemos pareja, podemos seguir creciendo, ya que nos tenemos a nosotros mismos.
Aunque suene abstracto e intangible, la felicidad existe, se experimenta, viene y va, nos toca por un momento para volver después, tal vez, mucho después, pero no por eso deja de existir. Todo depende de cómo miremos la vida y que le pidamos al destino.
Lic Luis Formaiano

domingo, 27 de marzo de 2011

EN EL REINO DEL PEZ

En un tiempo lejano, tan lejano que los ojos de la memoria se pierden en él, existió un reino, el reino del pez.
En el vivía una princesa, más hermosa que mil perlas desparramadas sobre arena húmeda en un día de sol. Ella irradiaba vida, era la única presencia luminosa en la corte. Pero también había alguien que vivía envuelto de fascinación por ella, el bufón.
El pasaba largas horas mirándola desde detrás de las pesadas cortinas del palacio, admirando cada movimiento, hasta cuando ella se sentaba inmóvil con una caja en la mano y perdía su humanidad para transformarse en una muñeca de luz.
¿Qué había en esa caja que la tornaba tan luminosa y melancólica a la vez?
El bufón comprendió la importancia de lo que había en esa caja el día que notó que una lágrima caía sobre la mano de la princesa, mientras acariciaba el cofre, y luego otra, y otra. Impertérrita, erguida, lágrima tras lágrima iban cayendo hasta que todo el piso estuvo cubierto de llanto. Y entonces, se puso el sol… para siempre.
Una noche, entre tanta noche eterna, mientras la princesa dormía, el bufón entró en su cuarto a hurtadillas. Al haber caído una impenetrable oscuridad sobre el reino, no se sabía cuando podía llegar a despertarse.
Con imperceptibles movimientos se fue acercando a la caja que guardaba el secreto de tanto llanto. Lo tomó entre sus temblorosas manos, conteniendo su respiración y lo abrió, sorprendiéndose de que no estuviese con llave.
Debió taparse la boca para no emitir un gemido, pues dentro encontró un corazón. Cerrando la caja con tanto cuidado como la había abierto, la dejó sobre la mesa del cuarto y salió raudamente. Necesitaba aire, tal visión le había robado la alegría. ¿A quien pertenecería ese corazón? Pudo sentir que aún latía, o tal vez lo imaginó. ¿Sería de su padre, el rey, quien un día salió de caza y jamás regresó? ¿O sería de su madre, la reina, que un día se cansó de respirar y murió ahogada?
Sea de quien fuese, la princesa sufría y no había nada que el bufón pudiera hacer por ella, hacía mucho tiempo que había dejado de reír. Es más, ni siquiera lo requería, pues ya nadie reía en el palacio.
Decidido a no dejar que el sueño o la noche eterna le robasen el placer de mirar a su princesa, encendió cien mil antorchas, rodeando el palacio, pero especialmente frente a la ventana del dormitorio de la princesa, justo a la entrada del bosque.
Ésta, creyendo que había salido el sol, despertó de su letargo y corrió hacia la caja, encontrando que no estaba cerrada en la posición que ella la había dejado la última vez que la abrió. Un grito perforó la noche, acalló a las aves nocturnas y erizó el cabello del bufón. Había sido descubierto, aunque la princesa no tendría manera de saber que había sido él quien había descubierto el contenido del cofre.
Momentos después, la vio salir por la entrada principal camino al bosque, llevaba el corazón pendiendo de su brazo derecho, pero solo atinó a dar unos pocos pasos antes de comenzar a convertirse en piedra. Engañada por las antorchas, la luz que irradiaba el fuego la petrificó y la convirtió en una estatua desprovista de vida.
Un gran pez se acercó a ella con la intención de beber el néctar de sus pechos, pero solo encontró la tela de un vestido raído por el paso del tiempo cubriendo un cuerpo que, en realidad, jamás había vivido.

Luis Formaiano – Marzo 2011

lunes, 3 de enero de 2011

LA ESCOPETITA DE PLASTICO

I

DELTA DE TIGRE – FEBRERO DE 1961

José y Ana habían decidido llevar a su hijo, Luis, de tan solo seis años, a pasar un día en Tigre. Luis era un niño callado, introvertido, poco afecto al juego. Sin embargo, llevaba consigo todo el tiempo una escopetita de plástico que dos años atrás le habían traído los Reyes Magos.
Recordaban que en ese entonces, Luis había pasado toda la noche en vela, esperando escuchar el mínimo sonido que anunciase la llegada de los misteriosos personajes. En su carta a los Reyes no figuraba la escopetita, pero sus ojos se abrieron como enormes perlas cuando la vio, junto a otros regalos, la mañana de Reyes. Es que se había dormido sin darse cuenta, le ganó el cansancio y cuando despertó, se encontró con una escopetita plástica roja y amarilla que captó su atención de inmediato.
Desde ese momento, jamás se había separado de ese juguete. Y es así, como la llevaba consigo para el paseo en lancha.
Asomado con su escopetita por la ventanilla abierta de la lancha disparaba ilusiones al aire, tan lejos como éstas pudieran llegar. Y disparaba, y disparaba, hasta que la lancha viró en un codo del río y para lograr no caer de su asiento, se aferró con una mano a éste y con la otra, al borde de la ventanilla de la lancha. Ésta se balanceó de lado a lado y al aferrarse aún más para no caer al piso, aflojó la mano en la que llevaba la escopetita para tomarse ahora de la base de la ventanilla. Y en ese momento de descuido, la escopetita cayó hacia el río.
Le siguió un escándalo de llanto y gritos. Un niño tan compuesto, de tan solo seis años, se había descompuesto en un mar de lágrimas y un manojo de nervios. Gritaba –“Mi escopetita, mi escopetita.”
Tanto sus padres como el resto de los integrantes del paseo, miraban el agua marrón del río, hasta la lancha había disminuído su velocidad para colaborar con el avistaje del perdido juguete. Pero el agua se mueve rápido, como la vida, y la escopetita desapareció en un instante.
Luis calló de golpe, el viaje continuaba, nadie había podido hacer nada, pero él fijó la vista en el agua y aún siendo encandilado por los rayos de sol que se reflejaban en ésta, buscaba avistar su escopetita. Se incorporó en el asiento, a pesar de que sus padres lo sentaban como correspondía a cada rato, pendientes de lo que esta frustración, esta pérdida, significaría para él. Pero Luis volvía a incorporarse, hasta que en otro codo del río, la lancha efectuó una maniobra algo violenta y Luis cayó al agua como su escopetita lo había hecho minutos antes.

Los gritos provenían ahora de sus aterrados padres y de los pasajeros, nadie había podido reaccionar ante lo sorpresivo de la caída. Luis se debía haber inclinado hacia fuera más de lo debido para caer. Pero su cuerpo era pequeño, como el de la escopetita y sin una mano que lo sujetase, fue convertido en juguete por el destino.
La lancha se detuvo, se arrojaron salvavidas al agua, varios hombres también se arrojaron siguiendo al padre de Luis, pero la búsqueda fue infructuosa. Era una zona del Delta donde se arman remolinos y se pierde pie de golpe, sintiendo que el cuerpo es absorbido por un vortex de arena blanda. Cuando la lancha de prefectura se acercó, se intensificó la búsqueda del niño, que duró hasta bien avanzada la noche. Y hasta el día siguiente, y hasta el otro, rastrillando el lecho del río en una búsqueda que, con el correr de los días, comenzó a sospecharse como inútil. El cuerpo del niño nunca fue encontrado.

II

Luis abrió los ojos y todo a su alrededor era color marrón. De tanto en tanto, un rayo de luz cortaba la densidad del agua. Su cuerpo se mecía en el seno de una inmensa cuna acuática. Sentía frío y recordaba vagamente una sensación: la del mundo dándose vuelta. También sentía hambre pero aunque trataba de caminar, sus pies parecían estar enredados con algo. Se agachó y tocó viscosidades y arena y con su movimiento, el color marrón que lo rodeaba se hizo más espeso hasta sumirlo en una oscuridad total.

III

DELTA DEL TIGRE – FEBRERO DE 1962

A un año de la desaparición de su hijo, Ana y José volvieron al lugar donde su cuerpo había sido reclamado por el río y tiraron una ofrenda floral en su recuerdo. Ambos se abrazaron llorando desconsoladamente, aún no podían creer como habían podido vivir un año sin su hijo. Quien no lo había soportado era la abuela materna de Luis. Doña Clara había muerto cuatro meses después del accidente, el dolor había sido insoportable para ella. Su único y adorado nieto había encontrado el peor destino en las insondables aguas del Delta.

IV

Luis no sabe cuanto tiempo estuvo con los ojos cerrados. Cuando los abrió, todo frente a él seguía siendo un paisaje inespecífico. Ya no sentía frío ni hambre. Y se podía mover libremente, de pronto su cuerpo iba hacia un lado, de pronto hacia el otro, pero no tenía sentido de dirección, solo de un movimiento libre azaroso, no había en realidad puntos de referencia y lo que era arriba podía ser abajo y lo que era derecha podía ser izquierda. Era como flotar en una nada inespecífica, teñida de un marrón por momentos intenso, por momentos claro, casi luminoso. No era conciente de estar recorriendo distancias ni de las profundidades o la cercanía de la superficie. Y ahí recordó lo que estaba buscando. Frente a sí, vio una magnífica y colorida escopetita plástica, al estirar su mano para alcanzarla, esta se desvanecía y lo empujaba en alguna dirección, desde donde volvía a divisarla y al estirar nuevamente su brazo para alcanzarla, volvía a desvanecerse. Y así, se estableció una comunicación lúdica con el elemento en el que se encontraba, donde éste mostraba y ocultaba su juguete favorito.
Sin saber si era noche o era día, sin sentir si era invierno o verano, Luis jugó con el río a las escondidas en un sin tiempo.
Ahora veía la escopetita, ahora la escopetita desaparecía, para reaparecer en otro punto. Pero siempre más allá de su alcance, arrastrándolo sin rumbo, atrapado en ese vientre fluvial por toda la eternidad.

V

DELTA DEL TIGRE – FEBRERO DE 1972

Como cada año, Ana y José volvían al punto donde Luis había desaparecido once años atrás para entregarle una ofrenda floral, y cada año, se abrazaban llorando por su pérdida. Siempre solos, ya que Ana nunca había vuelto a quedar embarazada. Su cuerpo se resistía a borrar la memoria de su hijo, su vientre había sido el río primario de Luis y no podía ser ocupado por nadie más.
Ese año, para Reyes, José había encontrado en una juguetería de un barrio detenido en el tiempo, una escopetita igual a la que le habían comprado a su hijo. Casi llevado por una fuerza irrefrenable, la había comprado y a pesar de las quejas y recriminaciones de Ana, la había colocado sobre la mesa ovalada del cuarto de Doña Clara, como símbolo del amor que ella sentía por su único nieto. Y cada aniversario, encendían una vela para que su luz los guiase donde fuese que estuvieran. A veces José se preguntaba si se habrían encontrado allá arriba, en un posible paraíso. ¿Se mantienen los lazos más allá de la vida? ¿Se reconocerían? ¿Cómo sería Luis si estuviera con vida ahora? Probablemente un hermoso adolescente. Todos estos pensamientos ocupaban su mente cada vez que entregaban la ofrenda al río.

VI

Esa noche, una violenta tempestad revolvió el río como nunca. Las aguas subieron y desbordaron los pequeños muelles, llamaradas acuosas se desplegaban sobre el pasto hasta alcanzar las mismas casas. Aquellas que no estaban lo suficientemente altas, eran invadidas sin piedad por las aguas, que arrastraban con ellas todo lo que vivía en el lecho del río.
Y así, lo arrastraron a Luis.
No sabe como había salido del vientre que tantos años lo había cobijado, sintió la incomodidad del roce con la hierba, la dureza de los pilares de madera de los muelles, pero en un momento todo cesó. Una luz como no recordaba haber visto nunca iluminó un espacio desconocido para él. Frente a sí, una casa abandonada, casi imposible de ver desde el río. Una corriente de agua lo conducía hacia ella, el juego había terminado, se acercaba el momento de la verdad.

VII

Ahora había sonidos, el sonido del agua, de los grillos, de las ranas… sonidos que Luis recordaba no sabía si de algún sueño. Pero los identificaba. Se incorporó, asombrándose de la distancia que había entre su cabeza y el suelo, nunca había sido así, pero ahora, experimentaba una sensación de altura. Encontraba, no sabía desde cuando, un mínimo punto de referencia. Si bien se sentía liviano, apenas podía moverse. En la penumbra del interior de la casa, había una mesa oval, junto a ella, una mujer, una anciana. Miró ese rostro, iluminado por la luz de una vela y le pareció reconocer en ella a… no sabía, era alguien, sintió algo en algún lugar de su cuerpo, algo inespecífico, adormecido. Sobre la mesa y al lado de la vela vio su juguete favorito: la escopetita de plástico. La mujer dijo algo, Luis no entendía que, eran sonidos que se fundían con el ambiente. La mano de ella se movió lentamente hacia la mesa y tomó la escopetita. Estirando su brazo hacia Luis, se la ofreció. Ahora todo era silencio. Estaba a punto de recuperar su juguete perdido, amarilla y roja, impecable. Volvió a sentir eso inespecífico dentro de sí y estiró su brazo para tomarla. Por fin.
En el mismo instante en que sus dedos rozaron el material plástico, una luz incandescente lo encegueció y percibió que se fusionaba con el juguete y con la anciana y la liviandad se hizo más patente. Ya no se mecía como lo había hecho en el tiempo sin tiempo, ahora tenía la sensación de que los tres ascendían y ascendían y ascendían. Tanto, que llegó a ver el techo de la casa donde habían estado, rodeada por el agua, con una tenue luz de vela saliendo por una ventana. Hasta que una nube tapó la imagen y todo se disolvió en la oscuridad. Lo que había sido dejó de ser. Se transformó en nada.

LUIS FORMAIANO